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Escribo estas palabras mientras deambulo perdido entre los montes. Y es que alguna vez perderse entre parajes profusos fue una experiencia mágica, basada en un juego muy antiguo, donde el espacio y el tiempo eran territorio de aprendizaje trascendental. Pues nunca hubo lugar más propicio para adquirir sabiduría que la intemperie: la naturaleza se abría a sí misma sin ambages, y su contacto nos hacía entender con profundo estremecimiento el sentido de nuestra existencia en el mundo...

Subiendo hacia Prados del Norte me encontré con una pequeña culebra en el camino que seguía para llegara a casa. Logré verla como a tres pasos de distancia, lucía armadita, quieta, presta para el ataque. Me desvié un poco y pude (o ella me dejó) pasar sin demasiado contratiempo. El sábado siete me pregunté si la culebra, lejos de representar un enemigo en puerta como dice la creencia, era la anunciación de que algo estaba pasando en la ciudad y no lo sabía, hasta que asistí a la inauguración de la exposición “Más que monte y culebra” de Juan Carlos Urrutia...

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